
Nueva propuesta legislativa ante la toxicidad contemporánea
El descubrimiento de un nuevo grupo (que no se sospecha como sectario) provoca la fantasía de alcanzar el beneficio de disminuir la intranquilidad personal, sobre todo si el grupo es conocido, re-conocido y/o popular. Es decir que cuanto más instaurada (o fija) es la imagen del grupo o su líder, mayor será la “credibilidad” social y más se apreciará como futura realidad de integración, ilusión que posteriormente se desvanecerá, en sentido conceptual.
Entonces el apego y la dependencia, instancia donde sólo ganará quien ejerza la habilidad de control, mantendrá al sujeto en la nostalgia del ilusorio bienestar. Un circuito de aparente mitigación del malestar, un paraíso que, sólo en principio, aparenta actuar como protector de este mundo carente de amor, un circo de falsa felicidad o milagros dramatizados que desvanecerá las promesas del encuentro de ese nuevo mundo, o la búsqueda de una vida espiritual, aquello que tal vez todos ansiamos. Esta “innovación cultural” seudo religiosa al ofrecer una forma sublimatoria de cuanto la misma cultura reniega, roza lo perverso.
Es evolutivo, o natural, que en el transcurso de la vida un sujeto atraviese por momentos de intranquilidad, frustraciones, descontentos, desaciertos o fracasos. Sabemos que ante estas vivencias la palabra se presupone responsable, pero en esto, es obvio que la ineficiencia social nos invade.
Cuando observamos la gama de “toxicidad contemporánea”, intencionalmente organizada para impedir que quienes la “consuman” piensen, nos invade la incertidumbre porque fuera del lazo social, todo será posible. Y ¿cuántos hoy participan de esta “lógica”? Es prioritario identificar públicamente como sectarios a aquellos grupos que libremente ofertan aquel ilusorio bienestar antes que marcar los factores desencadenantes porque en nuestro contexto, la dependencia va más allá de usos y costumbres culturales.
A pesar de los retrocesos con respecto al discurso generalizado sobre la “libertad religiosa”, tal vez ahora se inicie una confrontación en campo para la cual debemos estar alertas, ya que podríamos incluir todo en un mismo saco y los grupos sectarios suelen lograr una última versión refinada.
Cada nueva iniciativa debería abrirse a un debate que intente vislumbrar la mejor vía para que, por un lado, contemple la defensa de derechos de los sujetos que en buena voluntad buscaron en los grupos sectarios aquello que nosotros como sociedad no supimos dar y por el otro, evite la proliferación de tanto grupo “seudo protector” que, en presunción, se presenta como ese paraíso artificial que siempre, sin excepción, deja las huellas del atropello sectario.
La discriminación sectaria
La yuxtaposición de creencias sectarias pone en riesgo el intercambio intercultural del que se nutre toda sociedad. Si bien sabemos en el colectivo social parece conveniente el montaje de esos circos, con la abierta posibilidad de incluir más en la carpa o asimilar la función, en democracia son legítimas las opiniones discordantes al respecto, sobre aquello que consideramos es justo, útil y necesario para la sociedad que todos integramos.
Reconocer que prescinden de toda ética, que violan, que marginan, nos permitirá observar que los grupos sectarios, lejos de integrar culturalmente, discriminan. ¿Es este su aporte social?
Sabemos que la práctica de la discriminación es absolutamente rechazada, porque discriminar es “seleccionar excluyendo” y “dar trato de inferioridad a una persona o colectividad” – Real Academia Española – Pero en la exigencia de las seudo creencias al derecho a su reconocimiento, se permite instaurar una imagen antisocial a través de la diferencia, la segregación, la división, la desigualdad, la exclusión, en síntesis, la injusticia, Por lo tanto esta desavenencia, es más que un problema de espiritualidad y/o creencia, es respuesta complaciente exigida como razón de permanencia, sin más condición que el producto de la discriminación y de profanación de derechos, de voces y de conciencias.
Las previsiones sobre los futuros efectos sociales de estos contrastes, resultantes del respeto a toda seudo creencia, podría acercarnos en un punto a los opinólogos y líderes profetas sectarios: no habrá futuro social integrador si la discriminación se convierte así en derecho del oportunismo que sostiene la fantasía progresista de la aceptación, que distrae la ausencia de un auténtico lenguaje social de significados integrados en acciones.
Cuando las decisiones son unilaterales y se mueven de acuerdo con la dinámica sectaria de oposición (o mayoría y minoría), sabemos que no habrá dialéctica, tampoco desaciertos ni discordancias. ¿Son las sectas las únicas responsables de esta injusta discriminación? Hay niveles mínimos de ética, o moralidad, que deberíamos ser capaces de sostener, como mediadores sociales, si aún no descendimos al mismo estado anómico que degrada la Fe, la razón y la voluntad, aunque la hipótesis de la mayoría (o la minoría) los negara para sostener la acción sectaria.
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