
Paseando entre mis sentimientos dejé fluir el recuerdo de todo aquello que fuera sinónimo de felicidad; caminando encontré aprendizaje y tropezando encontré confianza, porque siempre esperé en amor.
Embarazada antes del alta médica para estarlo escuché:
“Imposible continuar con el embarazo, el riesgo es demasiado grande para ambos; cuando te des cuenta será demasiado tarde. Yo tú médico, te sugiero el aborto. Más adelante veremos, ahora no.”
¿Abortar yo? ¿Quién podría avasallar el derecho (en este caso más que mío) de decidir por la vida y vulnerar el derecho de quien (implícito) ya es vida? No era necesario “científicamente” adulterar mi persona; jamás negaría la realidad de estar viva. La decisión fue entre dos, porque ya éramos dos; otros no pueden (ni debieran) nunca decidir su curso.
¿Qué sentiría una persona si otra dispusiera sobre la finalización de su vida? ¿Sería legítima la determinación? Embarazo refiere Vida, tuya, de otro y compartida.
El reposo forzado durante el embarazo me concedía mucho tiempo para pensar en ella, pensamiento dominante y acogedor, casi obsesivo pero siempre contenedor. Abrazando mi panzota toda vez que las contracciones demasiado prematuras me indicaban la posibilidad de no sentirme más acompañada por su fuerza, suplicaba que la Vida misma nos cobijara. Tan profunda fue mi comunicación que la vi sin verla, la sentí sin tocarla y la escuché reír para que ni si quiera pudiera imaginar estar deprimida.
No pudimos mirarnos a los ojos en ese “encuentro formal” tan ansiado porque las dificultades continuaron: ella en terapia neonatal, en una máquina sometida a innumerables intervenciones; yo tratando de superar una cesárea complicada.
“La situación es grave, la chiquita no pasará las 48 horas, muchas complicaciones, no responde”. ¿Cómo podría?
Nos separaban el instrumental, las salas, los pisos; igualmente sabía de sus posiciones, dibujaba sus rasgos, la sentía. Ella recobró el sentido de la espera por el vínculo que nos unía y luchaba con esperanza desde sus primeros días, enseñando a sus médicos que hay vivencias que van más allá de toda ciencia.
Nos amamos “sin complicaciones”; una relación sublime e indescriptible que sólo entiende de tiempos compartidos. Ambas conocíamos el significado más profundo y menos científico de todos.
Los médicos no pudieron explicarme cómo fue posible que la beba no tuviera secuelas, que apenas 40 días después se hubiese recuperado.
Cuando se dice “te amo” a quien se aloja en cinco estrellas en tu vientre, el fascinante sueño se concreta.
¿Cómo resumir tanto sentir? No es un cuento con final feliz, es un mensaje de Esperanza, de confianza, de entrega; no se puede contra ellos (la mujer iría contra ella misma). Y si las complicaciones son muchas prestemos atención al murmullo que emana desde dentro; si no lo escuchas, te aturdirá intentando olvidar y acosará tu propia nimiedad. Y si no hay complicaciones ¿Qué pensar? ¿Decidir qué vida? Si se omite el ser conocido, éste deja de serlo y será excluido como un eterno des-conocido abandonado en la nada convertirá tu expresión en ausencia.
Nadie es ombligo del mundo pero quien se aferra fuertemente a tu seno siempre será centro; simpleza e inmensidad, más allá de nuestra capacidad de amar, no entiende otro mensaje, no sabe de tiempos, sólo intenta disipar tu dolor, tu sufrimiento, tu rechazo.
No estaba confundida, perdida o indecisa; era (es) convicción. No quise ubicar la experiencia en el recuerdo; no fue una decisión post-moderna; nadie merecía un luto.
La vida es ida y vuelta; esa bebé de poco más de un kilo rodeada de cables, agujas, un equipo de especialistas en neonatología, seguramente mamó el amor en sus atenciones porque hoy, es casi médico.
Alguien podría objetar “y bueno, es una mujer quien escribe”; sí soy mujer, soy madre y por sobre todo soy instrumento de Vida; no podemos borrar lo dado, porque no somos dadoras sino producto y productoras de quien decidió dar Vida.
Supe y sé cual es mi accionar en este mundo; comprendí, por ser mujer, que soy testimonio de relaciones entre generaciones, generadora de familia, de vida social, cultural y política. En otras palabras, fui (soy) fiel a mi condición.
Por ello no podemos ni debemos reducir la vida a “un debate (visible o invisible) a favor o en contra”; esto nos quitaría “el privilegio” y lo que es peor, nos arrebataría la condición natural de ser “educadoras de paz”.
Aunque nos distraiga la cotidianeidad, depende de nuestra voluntad no derrumbar el futuro.
Mara
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