
Es decir que ante la dependencia sectaria, como en otras dependencias, la dinámica interior de la familia cambia, porque es una totalidad en la que cada parte “es” en relación a las otras (un cambio en una de ellas provoca efectos en esa particular totalidad). El estrés familiar, propio de la situación, se genera porque “el conjunto” gira en círculos alrededor de la dependencia, un auto-encierro provocado o elegido que aísla del contexto social, como en rumiación constante.
La dependencia sectaria desestabiliza (el equilibrio o desequilibrio) de esa forma de interactuar que le es propia, poniendo en juego las dimensiones físicas, psíquicas, sociales y espirituales de sus integrantes y en ocasiones es tan fuerte, que desgarra y acusa, en lo imprevisto, no planificado ni deseado a quien depende.
Algunas familias son particularmente ansiosas, otras viven la dependencia como una amenaza que rompe las estructuras de la estabilidad familiar y la niegan, incapaces de aceptar la realidad; otros grupos familiares pueden “deprimirse” dentro del círculo de la dependencia. Así el clima familiar fluctúa entre una exagerada preocupación (que puede rozar el excesivo contralor de las situaciones), una fuerte tensión, que moviliza deseos de expulsión (como si alejando el malestar pudiera retomarse la cotidianeidad), un cierto sentido de “omnipotencia” (como si la familia no bastara), desesperanza: “no podrá”, “no será como antes” (anticipo de la fantasía tal vez compartida que lleva a imaginar un futuro irresuelto), una frustración que debiera ser ocultada, impotencia (cuando lo esperado no se concreta) o reacciones agresivas que se expresan en mensajes que culpabilizan: “te lo buscaste” o “nunca escuchaste”.
Porque las modificaciones conductuales conducen a una confusión de roles, a reproches de autoridad y/o límites, porque son inicialmente incomprensibles y se ven fuera de toda lógica” o “sentido común”, esperando generalmente que el individuo dependiente asuma la responsabilidad por de dependencia sectaria.
Por otro lado hay familias, probablemente psicológicamente más abiertas, que facilitan la percepción de la situación, que solicitan la ayuda externa para la orientación, que colaboran con los operadores o profesionales, que abandonan la confrontación, que contienen, que observan atentamente en busca de ese talón de Aquiles que indicará cómo romper la dependencia.
Reorganizar el propio estilo de vida familiar permitirá que la “desubicación” del individuo con dependencia pierda paulatinamente el sentido destructivo depositado a su “alrededor”, es decir que las defensas cederán recíprocamente, reforzando en el circuito el vínculo que los unió.
La dosis de sufrimiento y desequilibrio, tensiones que pueden considerarse crónicas y/o catastróficas, reacciones que pueden gestar situaciones más difíciles, no implican que se instauren definitivamente como consecuencia. La trayectoria de la dependencia se asimila en sus particulares, en el curso de cada vivencia; no podrían borrarse las historias, trama, imágenes ni símbolos estructurados en la narración que resignificará, en el tiempo, la vida de cada integrante familiar.
Es oportuno siempre atender esa “cierta percepción” de rareza, inquietud extraña ante cambios fuertes; huir en “espera suspendida de lo imaginado”, impide solicitar la orientación necesaria, fuente de tolerancia, respeto, cohesión y confianza, aquella que sólo se logra entre red de redes relacionales que constituye el tejido familiar, social y vincular del individuo con una dependencia sectaria.
Ver: Los errores que debemos evitar
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