
No podríamos ni si quiera aproximar una cifra de individuos que se suicidan como consecuencia de trastornos disociativos atípicos (DSM IV), PTSD (trastorno de estrés post traumático) u otros de descripción difusa, casi imprecisa, cuadros depresivos desencadenados por promesas incumplidas, falta de orientación comprensiva durante una dependencia grupal o ausencia de contención post-secta. Aquellos individuos que padecieron fuertes influencias dentro de un grupo sectario y decidieron suicidarse, no podrán describir la magnitud del daño al que fueron sometidos.
Recordemos que el suicidio siempre es una decisión elaborada previamente, pensada antes, durante o después de la dependencia. Recordemos también que toda persona, como pueda en ese momento particular de su historia, “avisa”. Estos mensajes, directos o indirectos, podrían interpretarse pero tarde, cuando el acto se haya realizado: una carta (justificando la decisión o condenando la indiferencia), una comunicación con “ese otro” del entorno seleccionado (que podría tal vez comprenderlo), un regalo (de objetos personales muy preciados), una reunión peculiar (diferente o inesperada) una llamada, un e-mail, mensajes para gritar desde lo más profundo de su silencio, un SOS a sus afectos, para que éstos tal vez, intenten enhebrar un sentido (su sentir).
En cada “decisión errónea”, el sufrimiento particular permanecerá siempre en el más oscuro secreto, tan celosamente custodiado que ninguna autopsia psicológica podrá explicarlo.
Si una persona intentara escapar de su realidad dicotómica sumergiéndose en un grupo sectario, o llegara a disociarse (por antecedentes previos a su dependencia) se acentuaría la probabilidad de fomentar una ideación suicida por cuanto experimentara dentro del grupo. Recordemos que el asilamiento social inducido por toda secta, es un factor predisponerte para elaborar la “ideación suicida”. En estos casos, si un individuo se suicidara podría tranquilizarse la conciencia del entorno con una justificación banal: “se volvió loca/o dentro de ese grupo, se fanatizó”. ¿Nadie notó la diferencia?
El sufrimiento no escuchado, atendido o interpretado, se agudizará en el silencio de la adicción, de la dependencia grupal. La persona buscará la forma de acabar definitivamente con él e ideará su suicidio: una salida a ninguna parte. Cuanto no se puede expresar ante tanta desatención, se pierde dolorosamente en una espiral interminable de reciclado. Si un individuo ya palpaba “la nada” ¿Cómo seguir?
¿Permaneceremos inmóviles y asombrados ante más y más sujetos que pasarán a engrosar la elevadísima tasa que las estadísticas reflejan? ¿Otro número más?
¿Cuántos suicidios serán producto del padecimiento post-secta?
Perdonar el acto es perdonarnos la ausencia. Tal vez si consideráramos que este mundo es una “tierra de misiones humanas” podríamos observar que quienes corren a la deriva, tan solo debieran descubrir “personas”, corazones esperanzadores que pudieran contrarrestar su soledad, una presencia significativa (que no se representa en un líder), demostración y comprensión de Existencia. ¿Permitiremos que agonice este sentido?
Mara Martinoli
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