
Si consideráramos que hay cualidades supuestamente determinantes que abrirían el camino a la intervención de una secta sobrestimaríamos el alcance de su accionar; si por el contrario, depositáramos exclusivamente todo en un sujeto frustrado o ligado a un período crítico de su existencia, subestimaríamos su capacidad humana de adaptación construyendo una especie de prefiguración de modelo “futuro adepto” que facilitaría la intervención sectaria, suposición bastante generalizada. Otro supuesto consiste en desestimar la posibilidad de intervención de un medio favorable que contrarreste aquella intención, es decir la existencia de contextos que primen el proceso de desarrollo de cada hombre como analista crítico, conciente, formado e informado de la realidad circundante, participante y partícipe en búsqueda de valores de autonomía.
Ambas suposiciones nos conducen a afirmar que las únicas intervenciones adecuadas son aquellas que permitan la optimización del desarrollo, es decir las que posibiliten la discontinuidad heterogénea de todo cambio. El proceso evolutivo de una persona, cuyo potencial de desarrollo se conserva a lo largo de toda la vida, queda abierto a la influencia del medio como posibilidad de optimización, posibilidad también de acción sectaria.
¿Cómo diferenciar entonces la intervención? Cuando la “acción programada”, aquella excluyente de otros medios, adultera la valoración del comportamiento humano”; cuando es dirigida hacia uno o a varios contextos, los más significativos en los que un sujeto de desenvuelve e interacciona: familia, amistades, trabajo, etc.; cuando la intervención modificadora permite a su vez intervenir, desde una posición pasivo-conformista o una más activo-transformadora e implícita o explícitamente se extiende, porque cuantos más contextos mayor la posibilidad de alcanzar el funcionamiento conductual necesario para la sociedad sectaria. Y si sospechamos, entrevemos, sentimos que desde otro contexto nos infiltran, por ser familia, amigos o compañeros de trabajo de la persona que nos vincula y ésta, a su vez, nos va cerrando la posibilidad de acercamiento, nos desconoce, nos subestima o nos arremete, entonces estamos obligados a desconfiar y presumir que fue objetivo de la intervención de una secta.
Los intentos de intervención sectarios inyectaron cambios cuantitativos que se instauraron como continuos; las creencias sectarias, falsas creencias o seudo creencias no siempre tienen en los hechos el apoyo que encontraron en las suposiciones sobre el alcance de su intervención y su misma continuidad las entorpece haciendo que lo ilusorio se desvanezca. Es oportuno aclarar que para que la intervención optimice el desarrollo debe tener dos vertientes: la de los hechos y la de la teoría.
Para contrarrestar la multiplicidad de tan actualizados modelos de intervención sectaria será suficiente una “continuidad descriptiva” de situaciones desencadenadas por ese accionar, continuidad mancomunada que introduce, en alguna medida, la idea de un cambio desde el punto de vista dialéctico y cualitativo, porque las diferencias entre personas no se reducen a dicotomías, son otras.
Referencia: Psicología evolutiva: problemas y perspectivas – A. Marchesi, Jesús Palacios, Mario Carretero.
Mara Martinoli
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