
No vivimos aislados, y el medio social, la presión de los medios de comunicación y el mundo mismo nos ahogan. ¿Es el emergente el/la hijo/a grupo dependiente, tan sólo emergente de la sumatoria de pequeñas distorsiones vinculares que diariamente “ese emergente” absorbe, asimila, acumula y se daña, hasta manifestase exclusivamente en una familia?
Es usual observar en el área que se presta mayor atención a investigar por qué el hijo/a fue afectado/a, que atender a los afectados, empleando más tiempo en la recolección de datos y estadísticas que en ayudar a quienes sufren. Esto también es válido, pero no prioritario. Si intentamos ir desglosando cuáles son las características de esos padres “sufrientes” para encontrar una explicación a la situación, indagando por qué ese/a hijo/a temporariamente se incorporó a un grupo sectario, perderemos tiempo precioso que debiéramos dedicar a la acción. Si la psicología de las relaciones padres-hijos resultara de una simple ecuación, la psicología perdería su razón.
Conocer los posibles trastornos de personalidad de los padres no será de utilidad para recuperar a un/a hijo/a que eligió incorporarse a un grupo o secta. Si en apariencia llenó lo material y faltó lo afectivo, no sabrían cómo demostrar. Si dedicaron la vida, se ocuparon, se responsabilizaron, educaron, guiaron, acompañaron y amaron ¿Son responsables de la elección de su hijo? Y si no pudieron o no supieron ¿podrán ser responsabilizados? Por otro lado, quienes están ocupados en ver cómo alimentar a tres, cinco o diez niños, no podrían analizar si se sintieron preparados y los grupos, las sectas y las dependencias también los afectan. Somos todos responsables por omitir informar; culpables y/o cómplices serán quienes no intenten accionar
Con esto quiero expresar que, todas las situaciones de la vida nos ponen a prueba; si las vivimos en amor, nos harán más sabios y nos fortalecerán en nuestra capacidad de dar. Y esta capacidad está mucho más allá de las conductas observables en los papás de un muchacho o muchacha que desorientado/a acaba en manos de un/a reclutador/a disfrazado/a de “dulce” a quien amar o seducido/a por una promesa de superación para mejorar el mundo.
¿Podemos marcar cómo deben ser los padres para que un hijo no termine en un grupo o en una secta? ¿Cuáles son los parámetros? O quizás ¿Cuál es el momento indicado en que consideramos que nuestros hijos tienen las herramientas necesarias para “volar”? ¿Nunca observaron un pichón caerse del nido? Y no olvidemos que la Naturaleza es sabia.
Preocupados u ocupados en intentar solucionar la desorganización de la situación familiar que la dependencia grupal de un/a hijo/a genera, no pueden ni deben ser responsabilizados de la situación surgida.
Los padres somos padres, y sin ensayo previo para serlo, también lo somos. La única preparación que cargamos al momento de recibir el título, es nuestro amor. Y todo cuanto se hace con amor es válido y valioso en la esperanza que nuestros hijos transiten el mejor de los caminos, también en amor. Nos equivocamos y los hijos también se equivocan, pero fuera de la relación y contexto padre-hijo/a, madre-hijo/a. ¿En general no nos equivocamos? Si exigiéramos la perfección en las relaciones humanas, dejarían de ser humanas.
Y quien ama desea ver a la persona amada gozando de cuanto también quiere gozar: el vínculo que los une.
Mara Martinoli
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