
El elemento fundamental que induce a un individuo a convertirse en un “buen adepto” es el impulso aprendido del miedo, impulso que será siempre base de conflictos, fuente de desdicha y causa de necedad. El adepto actuará como una persona necia en ciertos aspectos de su vida, particularmente ante la defensa del grupo sectario y tendrá ciertos síntomas, tal vez observados como neuróticos o disociaciones, características que sólo pueden explicarse como producto del aprendizaje del específico accionar forjado desde el grupo sectario.
El impulso aprendido es un “estímulo nocivo condicionado” (Skinner); cuando este impulso motiva la conducta esperada por el grupo sectario se grava un impulso secundario condicionado a las indicaciones que moldearán el comportamiento, que regirán la cotidianeidad del individuo dependiente sectario. El impulso secundario implica, como cualquier otro impulso, una fuerte motivación que, dentro del circuito cerrado de condicionamiento sectario, generará, por parte del adepto, otros fuertes impulsos como respuesta. A su vez, los estímulos originados por las respuestas emocionales, que actúan en correlación directa con el “trabajo previo del grupo”, constituirán el “impulso del temor”, es decir que las respuestas emocionales también son “condicionadas indirectamente” para instaurar el miedo, motor y base de siguientes y necesarios “aprendizajes sectarios”.
Líderes y reclutadores condicionan y provocan estímulos sobre los adeptos de manera similar a las condiciones creadas con ratas en laboratorios, sin importar si el estímulo que genera la motivación y el comportamiento esperado genera dolor, angustia, despersonalización, estrés, trauma o trastornos de personalidad. Desde esta comparación, intentaremos una aproximación más clara al condicionamiento sectario, resaltando que para estos grupos, el ser humano nunca será particularmente persona.
Si en la hipotética situación de laboratorio se aplicara a una rata una descarga eléctrica ante una posible huida por donde no debiera, entre otros indicadores de “emoción” o “respuestas involuntarias” tensionaría sus músculos y aumentaría la frecuencia cardíaca; estaríamos frente a “respondientes” que provocan una fuerte estimulación que se agrega al impulso producido por el dolor. En las sectas, el dolor se manipula casi sin límite entre lo físico y lo psíquico; en algunas, lo orgánico (mala alimentación, escaso sueño, cansancio extremo) abrirá camino a lo psíquico; en otras, sólo se actuará desde lo psíquico (cánticos, meditación, control de la respiración, sobre estimulación sensorial), acentuando o creando conflictos, desde cada abordaje, o desde ambos, para que el dolor actúe como motor de los estímulos necesarios que lograrán formar al “adepto” y actuar en consecuencia, con “conductas respondientes”, es decir, con respuestas involuntarias.
Estas respuestas que producen más miedo, se condicionan a los “indicaciones presentes” en el momento, es decir, bajo el influjo directo y continuo del grupo, razón por la cual cualquier “conducta independiente”, es decir propia y no condicionada por el grupo, producirá temor, mientras que la sumisión la reducirá; es decir durante el momento histórico de la trayectoria en el que un individuo depende de un grupo, temerá a su independencia y propia voluntad de decisión.
El hecho de temer se trasforma en el peor obstáculo, en el conflicto entre el deseo de obtener algo (ese algo seguramente ofertado previamente por el grupo y nunca alcanzado) y el miedo de manifestar la propia conducta para obtenerlo. Este conflicto instaurado, generalmente cuando ya se es adepto y en el que la persona pierde, haga lo que haga, es una fuente constante de desdicha.
Nuevamente en el laboratorio: si la rata intentara huir y abrir la puerta que comunica con el “exterior”, que la libraría del dolor constante, sólo la abriría quedando inmóvil ¿Cuál sería la recompensa si el impulso secundario de temor oficia como impulso primario?
Volviendo a nosotros, los seres humanos, cuando el grupo observe en el adepto una “conducta independiente”, será sometido a su propio dolor para que él mismo genere respuestas emocionales que a su vez provoquen el impulso secundario de miedo. ¿Cómo podría solo, qué haría “fuera” entre tantos “contrarios” o “enemigos”? ¿Cómo soportaría el dolor de tanta incomprensión y soledad?
Sabemos que las sectas inducen conductas, apelan a la distorsión de la realidad, someten la voluntad, condicionan hábitos y conductas; también sabemos que todos nuestros impulsos implican una fuerte motivación. Mientras algunos grupos sectarios atienden hasta los mínimos detalles, otros sólo casualmente lograrán el mismo resultado, porque el impulso del miedo pudo haber determinado previamente la conducta del individuo y el condicionamiento del grupo tan solo acentuaría esta característica, situación que explicaría por qué nuevos adeptos requieren de supervisión y acompañamiento constante y otros se conducen con una mayor, pero siempre aparente, libertad de acción diaria.
En síntesis, el sujeto dependiente sectario, grupo dependiente, es desdichado porque se encuentra en un conflicto continuo y aborda sus dificultades con un comportamiento necio, por esto tiene síntomas.
La diferencia es que mientras en las ratas el temor dura poco, en las personas puede llegar a desarticular y desbaratar la vida, y cuan claro es esto para los grandes líderes sectarios que manipulan respuestas y conductas para obtener lo que quieren.
Mara Martinoli
Boletín InfoRIES Nº 185 "El condicionamiento y el miedo en los grupos sectarios"
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