
Sabemos que todas las personas tienen una impronta propia, única, exclusiva, por esto nunca podrían determinarse con clasificaciones simplicistas que analizan diferencias que permitirían incluirlas, o ser consideradas desvíos de lo “normal”, cuando se describen como predispuestas para ser captadas por sectas, de acuerdo con estándares excluyentes, como si pudiéramos categorizar. Esa predisposición no puede definirse sin tener en cuenta la idea histórica del ser concreto y su marco social. La “normalidad” de una personalidad puede ser considerada a través de su “adaptación”, es decir la capacidad para reconquistar el equilibrio tras una aparente desadaptación, habilidad que dependerá de muchas variables y factores por ser el resultado del inter-juego continuo entre sujeto y objetos internos y externos, producto de una interacción dialéctica que se expresa a través de determinadas conductas que a su vez, permitirán un nuevo proceso de aprendizaje de la realidad.
Esta manera particular con la que un sujeto, una personalidad, se relaciona, se conecta con los otros, crea el “vínculo”: una estructura exclusiva que es particular para cada situación, para cada momento, una constante de intercambio dentro del sujeto, desde dentro hacia fuera y desde fuera hacia adentro, aproximación que nos permite observar la “vinculación”, normal en un determinado nivel, anormal en otro o a la inversa.
Cada “manifestación individual” es una muestra de la personalidad de su autor, siempre única, como una pantalla sobre la que el sujeto proyecta los procesos de su pensamiento, sus necesidades, ansiedades, conflictos. Esta “producción irrepetible” se presenta como un instrumento de él mismo, que puede o no revelar aspectos encubiertos, latentes o inconcientes de la personalidad.
Las características de la personalidad no son fenómenos sencillamente mensurables, sino la consecuencia de una progresiva organización que evoluciona del egocentrismo a la heteronomía, de la simple aplicación de reglas exteriores aún no interiorizadas a la obtención de la autonomía y respeto de la regla libremente consentida (nunca condicionada por coerción exterior alguna), en síntesis, una organización desde un estado de dependencia a otro de independencia.
Cuando el ser humano integra su actividad asimilando posibilidades de acción entre heredado y adquirido, se organiza a través de actividades autorregulatorias que se desarrollan como autoconstrucción; identificándose con sus semejantes, consigo mismo y como proyección de algo ideal, se convierte en un ser de valores, derechos y deberes, en autonomía y libertad, con rasgos que garantizan su originalidad esencial, esa particularidad idea de lo concreto, lo deseable.
Los grupos sectarios no buscan un perfil de persona o características de personalidad para sumar adeptos, ni personalidades normales con particularidades que determinarían una alta probabilidad de caer en su poder; simplemente se ocupan de obstaculizar vínculos y cambiar así, en los sujetos que se incluyen, la habilidad de enfrentamiento.
Todas las personas transitan tensiones, conflictos, esfuerzos; algunas han experimentado tantas frustraciones o fracasos que ofrecen una resistencia pasiva (tal vez se escapen por medio de la fantasía); otras trabajarán duro, con determinación inflexible para tolerar severas frustraciones; ésta es la diferencia, la “habilidad personal”, porque cada uno será el resultado único de su propia trayectoria.
Hoy, más que nunca, observando dependencias, las predisposiciones a las que se hace referencia, podrían hacernos suponer que una persona puede incluirse en una secta sólo si fuera portador de ellas o, si jugáramos con los contrarios, que nadie estaría exento. En este área no hay índices que necesariamente se correspondan con actuaciones para “ser captado” lo que nos llevaría a entrar en la discusión entre normal y anormal, conceptos empleados por quienes observan desde fuera a un sujeto que participa en algún grupo sectario. Normal y anormal son ideas contrapuestas, como bien y mal, que pueden discutirse sobre la dialéctica de los contrarios.
Los grupos sectarios, después de tantos años de accionar, aún no logran anular “la persona” porque ésta, desde el inicio, es transformacional y movimiento creador en permanente cambio. Si así no fuere, cómo explicaríamos que ante una dependencia sectaria, desde el compromiso del medio vincular, siempre se puede.
Mara Martinoli
Adaptación: Personalidad distintiva
1 comentario:
entiendo el analisis anterior,y quiero agregar mi percepcion,las sectas tienen una impronta definida,su estructura y metodologia,estan diseñadas para someter a sus reclutados,para esto usan la mentira sistematica y la manipulacion de la verdad,los que se identifican con este metodo de opresion,tambien evidencian su estrucrura personal perversa,es posible que alguien sin esta identificacion,caiga en la trampa,por creer en las mentiras,que en confabulacion los miembros activos de las sectas,persisten en repetir,pero una vez que queda expuesta la realidad si sigue atado a la secta,ya no es posible equivocarse ,es tambien perversa su personalidad,por esto sigue con el engaño y lo propaga,de lo contrario su actitud seria la de alertar a los demas posibles victimas del fraude.
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