
Para Aristóteles, la demagogia es “predominio de los pobres con exclusión de los ricos”. Los pobres nuestros de hoy, son simplemente pobres: sujetos despojados de esperanza, de formación e información, desprovistos de herramientas personales para defenderse ante tanto “acto demagógico” del que se vuelven esclavos. Esa demagogia, es su última ilusión para sentirse partícipes de algo y compartir, de alguna forma, el contexto que les pertenece; no importa cómo acceder a la estructura, porque la aspiración personal ya estaba perdida en el mismo juego demagógico, ese estado de ensoñación que avala el poder del demagogo que entrega condicionadamente premios o castigos.
Manipular es intervenir hábilmente en cada una de las áreas “viables” para satisfacer intereses particulares: la política, la información (que puede admitir distorsión), la formación y capacitación, los mercados (materiales y de conciencia), la justicia.
Si revisamos las formas demagógicas, podremos observar que no hay distancia entre ellas y la manipulación sectaria: coinciden en la distorsión absoluta del sentido de las relaciones, de las necesidades, de las causas, de los objetivos, de los argumentos y opiniones sin fundamento, de la voluntad y de la autoridad compartida en complicidad con el poder.
Ambas formas podrían unificarse como “acción demagógica manipuladora”. Estrategias de control poblacional, tentativas de desplazamiento y desconocimiento subjetivo de lo particular. En ambas, también es posible observar en quienes las representan, una mayor capacidad de oratoria que de atracción personal, porque estas formas, naturalmente son rechazadas. La oratoria será indispensable para excluir las dificultades a las que no se encontrará solución (porque nunca se buscará) y para presentar soluciones mágicas y promesas irrealizables.
Demagogia y manipulación comparten el mismo objetivo: impedir la oposición de los argumentos (que tras un análisis siempre resultarán inválidos), las respuestas a los interrogantes; comparten la misma realidad distorsionada, asociada a la imagen negativa de todo individuo que no integre el “grupo de poder demagógico”. Una definición dicotómica de la realidad entre “nosotros y ellos”, los enemigos, que promociona la discriminación, el fanatismo, la irracionalidad del miedo infundado, la subordinación al deseo inalcanzado. Una realidad tan encubierta, que será difícil discernir entre mentira, engaño, auto engaño, abuso, irrealidad y “chantocracia” (1). Ambas puede considerarse parte del sometimiento al sufrimiento no deseado, manipulado en demagogia; un nuevo control social que actúa en anomia.
Podemos entonces concluir que el demagogo tan solo es un soberbio líder sectario y el líder sectario, tan solo un demagogo pedante que se vale de todo cuanto el sistema ya ha instaurado. En síntesis, demagogia y manipulación son la máxima distorsión de las conciencias y de la convivencia humana; pero toda distorsión es fácil de refutar.
Tal vez la implicancia mutua es la coyuntura que impulsa al encuentro sectario; la educación es el medio sagrado para evitar su legitimización.
Mara Martinoli
(1) Chanta: del Lunfardo: informal, tramposo
Referencias: Diccionario de la Real Academia Española
Ver también: Las reglas de la manipulación
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