Lo que hoy nos parece tan “habitual” es el supuesto éxito de logros otrora inadmisibles, hasta impensados, un éxito que nos hace rozar una tendencia antisocial que disfraza el fracaso y la imposibilidad de elaboración del otro, la construcción de espacios para la palabra, la insuficiencia y la superficialidad de las relaciones, como si algo se hubiese perdido tempranamente. Esto nos impulsa a reflexionar sobre las formas de “sobrevivir” y salir indemnes de una situación cuasi límite, evitando sentirnos provocados por adoptar actitudes aún más negativas. Sólo con la supervivencia de valores sociales tendremos la posibilidad de crecer y transformarnos en algo parecido a lo que debimos haber sido.
De manera similar al niño que busca algo en alguna parte y al no encontrarlo lo busca por otro lado (si aún tiene la esperanza de hallarlo) los sujetos añoran la posibilidad del reencuentro buscando cierto grado de estabilidad ambiental que les permita resistir la tensión provocada por conductas masificadas, ya impulsivas. En búsqueda de una actitud humana en la que puedan confiar, para entusiasmarse y actuar en libertad, se involucran en espacios donde poder tolerar la angustia existencial resultante de la pérdida de referencias, que se proyectan en un líder que actúa con el mismo narcisismo particular necesario para el endiosamiento personal frustrado.
Si el diálogo y la palabra se pierden a si mismos, si las relaciones sólo son convenientes o útiles, y por lo tanto superficiales, si los otros son indiferentes y no hay posibilidad de vínculos para sentirse comprendido e incluido, ¿cómo logramos suspender la ingesta compulsiva de tanto grupo tóxico cuando la tendencia generalizada es “antisocial”? ¿De donde surge esta toxicidad, patología de la desvalorización, contaminación de soledad, hermetismo, banalidad, faltas e incompletitud? La sociedad por sí misma, alimenta así la “buena prensa” sobre los beneficios de incluirse en ámbitos que reflejan la realidad cotidiana de infinidad de narcisistas descontentos por no reconocidos, inmersos en la incomunicación y masificados en el oportunismo.
Por nuestras propias características sociales, o antisociales, los grupos sectarios, movimientos o corrientes seudo religiosas, espirituales y/o filosóficas, han tenido la libertad de convocar a los más diversos sectores para expandirse, razón por la cual podríamos considerarlos un mero reflejo de nuestro propio fenómeno patológico, de nuestra mismísima “problemática social” que nos impide actuar con valores humanos, una “tendencia antisocial” que presenta dos caras: el robo y la destructividad (Winnicott), de almas y de las sociedad.
Si es válido pensar que algo ha cambiado, impidiendo mayores avances patológicos sectarios, es tan sólo por el logro de dispositivos comunitarios porque cuando la sociedad “sobrevive”, es decir, cuando vive en condiciones adversas, tiene la posibilidad de transformarse en algo parecido a lo que hubiese sido antes de desvalorizarse, antes que el derrumbe social provocado acarrease este actual descontrol.
Mara Martinoli
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3 comentarios:
Todavía es tiempo de rescatar y recatarnos.
¡Muy buena reflexión!
Juan Contreras Bustos
AIS Cono Sur
Correción post anterior:
Todavía es tiempo de rescatar y reScatarnos.
¡Muy buena reflexión!
Juan Contreras Bustos
AIS Cono Sur
Desde mi punto de vista el problema radica solo en la relación individuo-sociedad. Si bien vivimos en una sociedad individulista, decimos que las personas tienen por naturaleza "necesidad de comunicarse" y "necesidad de pertenecer". Es posible que caigan en grupos sectarios al no poder relacionarse con el resto de la sociedad, es decir que la pertenencia al sectarismo sería producido por una "frustración social"
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