
Tanta desilusión previa lo une a falsas promesas, que por ser falsas lo conducen a la no-dicción, al ocultamiento del sufrimiento en el vacío (su vacío), a la adicción social a un grupo; porque en definitiva, la incomprensión del mundo y su indiferencia son más dolorosas que, la inclusión en un espacio donde puede compartir otras no-dicciones desplazadas en un lenguaje único e idenfiticador del grupo; el lugar de un mensaje compartido desde cuanto no se comparte. Tal vez allí podrá fantasear una compensación.
En el silencio podemos encontrar nuestras propias miserias, que indefectiblemente compararnos con la omnipotencia que actualmente pareciera caracterizarnos como hombres y mujeres. Las tristezas y las angustias del hombre actual, sobre todo de aquellos que sufren; permiten la aparición de muchos “maestros” que, con poco para ofrecer (y mucho que pedir), logran canalizar a través de una oferta de unión una especie de “paz armada”.
Si desoímos la necesidad de esperanza, cuando un sujeto debe elegir entre una sonrisa amarga y una sonrisa aparentemente contenedora dentro de un grupo, seguramente optará por esta última; consciente o inconscientemente, por sentirse defraudado nuevamente, por agudizar su profunda necesidad o simplemente atento a una posible respuesta, porque reconoce su NBI.
En otras palabras, cuanto previamente observó a su alrededor es más no-dicción desde otra perspectiva, una forma de delegar en esos otros nuestra propia responsabilidad.
Sabemos que si los conflictos permanecen sin respuesta, sin resolución espontánea o programada, pueden perpetuarse, agravar la insatisfacción de necesidades y como consecuencia, deteriorar la calidad de vida.
Si bien las necesidades cambian constantemente y varían de una cultura a otra, o son diferentes en cada periodo histórico; la búsqueda de la esencia trasciende estas consideraciones. El individuo tiene una “necesidad de”, la siente e independientemente de ser conciente de ella, es una necesidad universal, que si bien puede no expresarse directamente, siempre puede sentirse.
Natural y radicalmente necesitamos encontrarnos con nuestra esencia y ante la primera posibilidad del afuera que pareciera brindar un alivio a esa realidad, el individuo se arroja sin temores; se arroja “aliviado” porque allí encontrará otras miserias también desorientadas. Cuando en realidad, la desilusión y el desencanto debieran llevarnos a una apertura psicológica hacia quienes nos rodean.
Hoy más que nunca el hombre tiende a pensarse sólo porque no se siente constructor o integrante de su ámbito social; por esto la “creencia” podría ser el referente que lo identifica para constituir su lugar en el mundo.
Estas necesidades básicas insatisfechas van mucho más allá de la dicotomía “creer o no creer”; más bien la dicotomía se presenta como: “me escuchan o no me escuchan”, “me contienen o me abandonan”.
El sufrimiento ajeno también es nuestro y en esto la no-dicción nos identifica al acostumbrarnos a observar realidades que podemos cambiar; si lo asumimos evitaremos una sociedad abierta a las adicciones grupales. Si las reglas se centraran en la promoción de las más profundas necesidades humanas, éstas jamás se subordinarían a una lógica de eficiencia, productividad o mayor rentabilidad, porque aquella necesidad (básica que debe ser satisfecha) es un sello de nuestra propia esencia, la única realidad verdadera.
“Las necesidades revelan de la manera más apremiante el ser de las personas, haciéndose palpable a través de éstas en su doble condición existencial: como carencia y como potencialidad” (Cecilia Moise, Prevención y Psicoanálisis).
La calidad de vida dependerá de la inclusión y reconocimiento de estas necesidades.
Mara Martinoli
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